El helado.
Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.
Hebreos 10:23
Una vez al mes, la alegría estaba en el camino de regreso a la Iglesia, mis hermanos y yo, sabíamos que, tal vez no siempre íbamos a comer postres pero, ese día sagrado de regreso de la Iglesia pasaríamos por aquella tiendita comprando un helado. Lo que lo hacia mucho mejor, era el saber que, sin importar qué pasara, ese día comeríamos helado. ¿Qué nos daba la seguridad?, la promesa, mi mamá nos había ya dicho y eso era suficiente, era ya un hecho.
Pero usted y yo tenemos una promesa aun mas grande y más especial, la promesa del cielo, una promesa hecha y pagada no con dinero que se acaba sino con la sangre de Cristo.
Usted y yo tal vez no la merezcamos, no podríamos nunca ganar nuestra estadía en el cielo. Pero, si Dios lo prometió, eso lo cambia todo.
Las promesas de Dios son muy grandes y preciosas, muy antiguas, libres e incondicionales, irrevocables e inmutables, y son admirablemente adecuadas, y se cumplirán cada una de ellas.
La promesa de la vida eterna estaba en el corazón de Dios, hecha en el pacto, y puesta en las manos de Cristo antes de que el mundo comenzara, y se declara en el Evangelio: Dios es fiel a todas sus promesas, Él no puede fallar ni engañar; Él es todo sabio y tiene previo conocimiento de todo lo que sucede; nunca cambia de opinión, ni olvida su palabra; y Él es capaz de actuar, y es el Dios de la verdad, y no puede mentir; Él nunca ha fallado en ninguna de sus promesas, ni sufrirá que su fidelidad falle; y esta es la razón por la que descansamos tranquilos.
Aquel que la buena obra empezó será fiel en completarla.
Dios es fiel en sus promesas, ¿habrá alguna promesa que le hicimos a Él que no hemos cumplido?
Padre, que mi corazón descanse en tus promesas.
por pastor Ignacio